viernes, 13 de febrero de 2009

Creí que podía cargar con la culpa


Los errores son normales, no somos los únicos. Me repetí un millón de veces antes de salir por la puerta de la casa rumbo al hospital. Cuando crucé la puerta del Seattle Grace, advertí que había alguna urgencia, la doctora Montgomery cruzaba a paso ligero el pasillo principal, Alex la seguía casi corriendo, con su característica cara de rudeza y la mueca que delata siempre su terror de interno. Nunca la he olvidado, hacía lo mismo cuando nos acostábamos en la sala de descanso del hospital, gracias a Dios eso se acabó Alex Karev no era mi chico.
Me apresuré cuando ví a Meredith con la doctora Bailey, la nazi, como le apodamos los internos. Meredith escuchó las ordenes y salió presurosa rumbo a una ambulancia que llegaba con gran estruendo. Bailey se dirigió a mi y me dio las tareas del día, teníamos un paciente crítico que esperaba un transplante de corazón y mi tarea era estabilizarlo. Cuando oí esto, me fue imposible no desviar mis pensamientos a él. Denny Duckate, mi prometido. Hace ya casi un año había muerto esperando su transplante de corazón, que nunca llegó. Lo conocí en el hospital, e inevitablemente me enamoré de él.
Pero como una ráfaga desvié mis cavilaciones y procuré centrarme en el trabajo de hoy. Rápidamente me dirigí al ascensor del pasillo dos y ensimismada subí en silencio. En la parada siguiente, subió George.
Me comenzaron a sudar las manos, quise desviar la vista de él, traté como tonta de usar mi mente para que el ascensor fuera más rápido, pero mientras más lo intentaba, tenía la impresión de que el tiempo se estaba durmiendo entre nosotros. George me observaba entre sus pestañas disimuladamente, pero aun así lo advertí y como un despiadado bombardeo las imágenes de nuestro error comenzaron a aflorar.
Ahí estaba, en mi cama intentando dormir, cuando Meredith golpeo mi puerta para anunciar a George que venía de visita. Meredith se marchó, porque creo que Derek, su novio, la esperaba en su habitación desde hace un rato, y así entonces George, mi mejor amigo, entró en mi habitación con el rostro caracteristico de sus decepciones y una botella de whisky en una mano. -¿Me acompañas?- preguntó, y ante su pena evidente no pude negarme a una borrachera para desahogarse. Me habló sobre sus discusiones incesantes con Callie, su esposa. Y me sorprendió que el motivo de sus malos entendidos, fuera yo. Izzie Stevens, la culpable de los celos de Callie Torres. Entre el desconcierto y la ebriedad, sólo nos reímos. Pero esa risa descontrolada dio paso a un silencio casi aterrador, George se acercó peligrosamente y como en un álbum fotográfico, tengo cada imagen de esa noche grabada en mi memoria indeleblemente. Excedimos los límites de la amistad y se transformó mi cama, en el sabor más dulce que he probado, cuando en ese momento entendí por qué nunca estuve de acuerdo con el matrimonio de George O'malley, siempre había estado enamorada de él. Y ahora entre las sábanas él era mio, olvidando la vergüenza de que en su departamento lo esperaba su mujer.
Cuando al fin decidí mirarlo a los ojos, él ya se había acercado un poco. Una diminuta lágrima rodó por mi mejilla cuando hice el esfuerzo de cumplir nuestra posterior promesa, resonaba como campanas en mi cabeza. Callie nunca se enteraría de esto, lo ocultaríamos como un secreto de amigos, nada volvería a ocurrir entre nosotros. George me lo repitió mil veces, fue el whisky, fue un error, somos humanos.
Por más que lo intenté no pude negarme a autorizar que la mano de George enlazara mi cintura. -No me hagas esto, por favor- le pedí. Cuando él me hizo jurar que cumpliría esa promesa, también se enteró que lo amo.
Él pareció no escuchar mi suplica y acercó su rostro al mio, dejando que la simetría de nuestros perfiles jugará en contra de mi voluntad.
Me besó, lo hizo como aquella noche. Esa pasión no podía ser tan falsa, el whisky no trae un par de corazones que laten. Me abrazó eufóricamente, como si fuera la despedida más amarga de la vida, pero su beso fue extasiante, sólo nos desconcentró el pitido del ascensor que avisaba su llegada al piso ocho. Nos alejamos casi como en un común acuerdo y en silencio procuramos ser actores de primera y esconder todo bajo la piel. La puerta se abrió bruscamente y con una sonrisa ingente, Callie esperaba en la salida. -George, te estaba buscando- dijo alegremente, y ambos se marcharon juntos hacía el área de traumatología. Yo caminé hacía la unidad de cuidados intensivos con una culpa aún más pesada sobre los hombros y el negro escenario de tener que salvar un corazón roto, que no era precisamente el mio.