Mi pelo huele a incienso, el suyo a un humo de pastizales verdes, lo conozco, no sabes cuántas veces lo he sentido.
Caminamos abrazados como uno solo, bajando con prisa desde el cerro más próximo al río, deseamos fervorosamente zambullirnos en esas aguas correntosas y gélidas, el amor nos arrebata con su veneno inverosímil. Sabemos lo que significa, en mis venas hay algo de su sangre, un resquicio que nos une desde que tenemos memoria, pero nos separa en la eternidad. Hace meses que no llueve, las piedras del camino están sueltas, la polvareda que se levanta al paso de las ovejas delante de nosotros nos ahoga y el verano está encima con toda su furia en llamas. Siento que se escurre su brazo bajo mi cintura y se aparta indiferente, con unos silbidos agudos azuza a las ovejas hasta encerrarlas en el corral que comienza justo donde nace la planicie. Nos conocemos. Antes de que sus inertes actos se conciban sé que levantará una ceja conminándome a seguirlo. Se quitará la camisa y no esperará a que me desvista para lanzarse al río. Entre pensamientos voy viendo en realidad cómo lo hace y no me canso de que el ritual de encontrarnos desnudos y dispuestos bajo el agua se repita sin cansancio. Por primera vez espero, veo como se sumerge completamente y el agua se lleva la tierra pegada a su piel, luce fulgente mezclado en el reflejo del sol, el río parece tragarse sus rayos y mil diamantes se depositan en la superficie, es un espejo.
Pienso una vez en las rocas resbaladizas bajo mis pies, en sus manos sosteniéndome liviana, en la dulzura de las gotas que escurran por su boca. Me lanzó tal cual estoy como un torbellino al río, pesa la ropa mojada y él sonríe puerilmente por mi impulso, me despoja del pañuelo que cubre mi cabeza, besa mi frente y en el acto abro las piernas y lo rodeo con ellas para atraerlo a mis caderas, acabamos desvistiéndonos con tal prisa que mi falda se escapa con la corriente hacia el este, nada importa cuando nos ha embriagado el sabor del deseo.
Comienza a anochecer y ambos ya hemos expulsado el espíritu que llevamos dentro, con un suspiro me reincorporo y medio vestida me encamino a casa. Él tras de mí pregunta “¿Piensas llegar así?” y escruta mi cuerpo, mis piernas desnudas son acariciadas con su mirada salvaje. Se quita la camisa y estirando las mangas las amarra a mi cintura, así cubre lo que sabe sólo a él le pertenece, mi humanidad completa. Cuando termina de deslizar el nudo, resbala con brutal pasión en mis formas generosas y abrazándome por la espalda ase en vilo mi peso, da vuelta una vez y mis piernas lánguidas siguen el juego. Estamos frente a frente y distingo sus labios amoratados por el frío, el peso de la noche nos cae y aún nuestros cuerpos estilan como trapos. Levanto la cabeza y él me sigue, dos estrellas se han apostado precisamente sobre nuestras cabezas, segundo a segundo aparecen más y más, sumergiéndonos en un cielo eterno, el mismo que hemos visto cada noche hace veinte años. Le hablo apenas susurrando, nuestros alientos se mezclan “No creo que pueda cansarme de esto jamás”.
Caminamos abrazados como uno solo, bajando con prisa desde el cerro más próximo al río, deseamos fervorosamente zambullirnos en esas aguas correntosas y gélidas, el amor nos arrebata con su veneno inverosímil. Sabemos lo que significa, en mis venas hay algo de su sangre, un resquicio que nos une desde que tenemos memoria, pero nos separa en la eternidad. Hace meses que no llueve, las piedras del camino están sueltas, la polvareda que se levanta al paso de las ovejas delante de nosotros nos ahoga y el verano está encima con toda su furia en llamas. Siento que se escurre su brazo bajo mi cintura y se aparta indiferente, con unos silbidos agudos azuza a las ovejas hasta encerrarlas en el corral que comienza justo donde nace la planicie. Nos conocemos. Antes de que sus inertes actos se conciban sé que levantará una ceja conminándome a seguirlo. Se quitará la camisa y no esperará a que me desvista para lanzarse al río. Entre pensamientos voy viendo en realidad cómo lo hace y no me canso de que el ritual de encontrarnos desnudos y dispuestos bajo el agua se repita sin cansancio. Por primera vez espero, veo como se sumerge completamente y el agua se lleva la tierra pegada a su piel, luce fulgente mezclado en el reflejo del sol, el río parece tragarse sus rayos y mil diamantes se depositan en la superficie, es un espejo.
Pienso una vez en las rocas resbaladizas bajo mis pies, en sus manos sosteniéndome liviana, en la dulzura de las gotas que escurran por su boca. Me lanzó tal cual estoy como un torbellino al río, pesa la ropa mojada y él sonríe puerilmente por mi impulso, me despoja del pañuelo que cubre mi cabeza, besa mi frente y en el acto abro las piernas y lo rodeo con ellas para atraerlo a mis caderas, acabamos desvistiéndonos con tal prisa que mi falda se escapa con la corriente hacia el este, nada importa cuando nos ha embriagado el sabor del deseo.
Comienza a anochecer y ambos ya hemos expulsado el espíritu que llevamos dentro, con un suspiro me reincorporo y medio vestida me encamino a casa. Él tras de mí pregunta “¿Piensas llegar así?” y escruta mi cuerpo, mis piernas desnudas son acariciadas con su mirada salvaje. Se quita la camisa y estirando las mangas las amarra a mi cintura, así cubre lo que sabe sólo a él le pertenece, mi humanidad completa. Cuando termina de deslizar el nudo, resbala con brutal pasión en mis formas generosas y abrazándome por la espalda ase en vilo mi peso, da vuelta una vez y mis piernas lánguidas siguen el juego. Estamos frente a frente y distingo sus labios amoratados por el frío, el peso de la noche nos cae y aún nuestros cuerpos estilan como trapos. Levanto la cabeza y él me sigue, dos estrellas se han apostado precisamente sobre nuestras cabezas, segundo a segundo aparecen más y más, sumergiéndonos en un cielo eterno, el mismo que hemos visto cada noche hace veinte años. Le hablo apenas susurrando, nuestros alientos se mezclan “No creo que pueda cansarme de esto jamás”.