viernes, 2 de octubre de 2009

Se inaugura el infierno



Al arriesgarnos, solamente jugábamos a perder.
Ese día yo estaba muy angustiada, salir del colegio significaba perderlo, a pesar de lo consciente que estaba de lo platónico que era ese amor, siempre en mi inocencia conservé una tonta esperanza de que la vida nos sonriera, de que él me quisiera de verdad y que este enamoramiento delirante no fuera en vano. Pero todo siguió su curso, cuando me despedí de él le ofrecí mi mano, pues él acostumbraba a saludar con ese frío gesto a quien se le cruzara por delante, sin embargo, él tomó mi rostro decaído, no me había atrevido a mirarle a los ojos en ese momento. Puso su mano bajo mi barbilla y la elevó hasta dejarme frente a su perfil perfecto. Me abrazó y nuestros cuerpos se adecuaron de tal forma que oí el compás de ambos corazones, fue la melodía de nuestra despedida, con eso firmaba mi renuncia y mi caída.
Después de ese día aciago todo se convirtió en una obligación que me apesadumbraba, levantarme cada mañana se había convertido en una molestia y los días que faltaban para obtener los resultados de las universidades pasaron lento. Durante esos cuatro años no alcancé a ser conciente de la extensión de los daños que podría dejar una separación inminente, el vacío que habría de acarrearme, el doloroso pesar de extrañar hasta el más mínimo de sus detalles cotidianos, él estaba simplemente asido con fuerza a cada hebra de mis entrañas y por más cliché que sonara jamás podría olvidarlo. Luego de varias semanas en las cuales pasé maldiciendo mi suerte y odiándome de manera enfermiza lo volví a ver; regresé al colegio con el afán de contarle a mi profesora de castellano que habría de entrar a la Universidad de Chile a la carrera de Lengua y Literatura, pero apenas crucé el umbral de la puerta lo encontré a él. Abrió los ojos desmesuradamente y luego me observó de pies a cabeza con mirada inquisidora, ladeó la cabeza y comenzó a sonreír sensualmente, se había comenzado a acercar despacio, si fuera una física excéntrica quizás hasta diría que las partículas iónicas que vagaban en el espacio de separación entre ambos cuerpos se comenzaron a agitar frenéticamente. Sin embargo, cuando estuvo a tres pasos de mí, volteé con premura y salí prácticamente corriendo. Desde ese día, jamás volví al colegio y no lo he vuelto a ver durante estos largos años de su ausencia.
La distancia fue el peor método para olvidarlo, la peor salida, el más cruel invierno me azotó cada temporada. Yo misma había extinguido mi sol, mi existencia flotaba a la deriva sin su eje. Me encargué de recriminármelo día y noche, de atormentarme, por simple gusto, e inauguré el descenso a un abismo que me resultaba cómodo. Continuando la tradición familiar me comí el dolor encerrada en el averno de mi vida. Cómo lo extrañé, cómo lo evoqué en sueños y pesadillas, cómo me maldije hasta convertirme en el ser más repugnante e impío que habitaba la tierra, cómo lo seguí amando, me desangré en ese accidente de perderlo hasta morir y renací para destinarme a un suicidio, fallé en mi mental intento y lloré hasta perder la consciencia de que estaba viva, padecí nuevamente y me dormí hasta consumirme en tanta torpeza, cuando desperté sentí el dolor de mil puñales afilados y ya habían pasado un par de años en este infinito dolor intransigente. Cuando caí en la cuenta, además de seguir cayendo, había cavado mil tumbas anexas a ese sufrimiento; me había mudado de casa de mis abuelos, para compartir un frío departamento con dos chicas de la universidad, a las cuales simplemente odiaba. Había aprendido a sobrevivir cada tarde con un poco de alcohol en las venas, en una juerga interminable, en un encierro que solía no recordar a la mañana siguiente, me sumí en la soledad, me avoqué a ver películas con dramas insufribles para mitigar mi propia desesperanza y recurrí a la negación como método de subsistencia. Pronto comencé a querer borrarlo de mi vida y el ingreso a la universidad me ayudó de cierta forma, conocí muchos chicos y con cada uno tenía un maquiavélico plan de sustento, sería como aprovecharse de cada uno hasta dejarlo sin fuerzas, consumirlos, absorberlos hasta acabarme sus ganas… comencé a jugar el sucio papel de microbio.
La bacteria había urdido un plan y se llevó noche tras noche a un hombre diferente a la cama, lo enamoró como sólo ella sabía hacerlo, con sus abyectos reconcomios, su aire de superioridad innato y sus ojos fascinantes.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me guto :D
deberias escribir un libro xd
tienes el talento

Anónimo dijo...

Wow…
Jaja creo que ahora eres demasiado desalentadora xD
Busca un equilibrio loga :B
Pero me gusta la forma en que esta escrito ..
Me recuerda cuando fue cierta persona al colegio
y aunque no te vio te devolviste de la misma forma .. te suena?
Ajaj ailoryu amiga!