Con los ojos encerrados en un sueño fulgente, los dedos de Magdalena jugueteaban impacientes en el pelo de Antonio, como queriendo entrelazar su alma a los pensamientos de aquel hombre que la amaba en silencio y ella admiraba secretamente, desde hace tiempo compartían una amistad infinita, congelada en el secreto de quererse más de lo que sus labios pronunciaban, a veces Magdalena provocaba a su propio corazón hablándose en silencio...
"No me extraña esto que siento, pero no es comparable con nada más que con la obsesión que vengo arrastrando con los años, con el no querer asumir públicamente que me enamore de sus defectos y me acostumbre a sus virtudes mundanas, no quiero aceptar que he complementado sus palabras con las mías y he deseado abrazarlo en cada segundo en que está cerca, no puedo imaginar cuales serían las consecuencias, si cuando ya una vez lo intente, solo gane amarguras y desiluciones. Pero que hago con el descontrol que provoca él en mi razón, si cuando me mira tan dulce y me habla tan suave lo hace secretamente intencional, si cada vez que ríe y ata sus ojos a los míos nos gritamos en silencio un te amo ingente y se funde en una suplica de ternura, que acaba repentinamente con la realidad que acecha convertirnos en amigos nuevamente. Como manipular esto que siento, si cada vez que me abraza, posa mi oído en su pecho y en cada palpitar agitado remueve bruscamente nuestros recuerdos. Esos de hace unos cuatro días atrás, cuando 'accidentalmente' cerramos los ojos para despedirnos y borramos el entorno para olvidarnos de pensar y acomodarnos los labios, uno sobre otro, en un bienestar infinito, cortado de repente, por cuatro pupilas que se encuentran, se miran y se alejan, asustados, avergonzados, mezclados en el placer de probar lo incorrecto y en la premura de alejarse para no volver a mencionar el 'incidente' de nuestro beso".
...y a veces Antonio escribía en un cuaderno, tratando de pasar inadvertido y escondiéndolo en la selva oscura que surgía abajo de su almohada, un tanto nervioso arrancaba las hojas y las tiraba a la basura:
"Magdalena ha convertido súbitamente cada una de mis preocupaciones hacía ella, fui estúpido, ayer la sorprendí con la mirada perdida en el suelo y con una sonrisita delineada en el rostro, tuve la sensación de ser el motivo de su delirante expresión, pero en ese instante me repetí incesantemente que somos amigos. También ayer ocurrió algo inesperado, luego de la última clase de matemática todos corrieron despavoridos fuera de la sala, huyendo de la semana que se acababa, pero ella seguía ahí sentada, dibujando con el mismo lápiz que me arrebato el martes, cuando se dio cuenta que era de ella. Tomé mis cosas y fui a despedirme, tenía esa mirada misteriosa y ese aroma común de su pelo, que aún no sé de donde nace. Nos encontramos sorprendidos en un beso, un largo beso, que no quería contenerse, que no podía remediarse, que estaba sucediendo y yo miraba por debajo de sus pestañas, como la infusión de sabor a culpa desbordaba paulatinamente nuestra amistad irrompible y tristemente se acaba el lapso más intenso de la vida misma, acongojados, avergonzados y felices por acabar con la insipidez de nuestros labios. La quiero, de eso estoy seguro, pero no se lo diré mientras ella siga evitando que esta exquisita sensación florezca".
Se encontró Magdalena, apoyada en el hombro de Antonio, con la mano acalambrada de tanto volcar su amor en el juego del pelo de aquel hombre. Y Antonio se encontró con la respiración dirigida hacía la piel de su amiga-amante. Ambos recordaban el día de aquel beso y procuraban forzar otro "accidente" para esta vez no interrumpirlo.
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